Según Santo Tomás de Aquino, la Transfiguración ocurrió porque la gloria divina de Cristo se traslució por un momento a través del cuerpo humano de Jesús. El Señor permitió eso para que los apóstoles pudieran gustar por un corto tiempo de la contemplación del gozo eterno, en vistas de las persecuciones que iban a sufrir.
¿Qué significa la palabra “transfiguración”?
La Transfiguración se refiere al cambio de apariencia del Señor de la forma mortal del cuerpo con el cual sufriría y moriría a una forma glorificada con la cual resucitaría de entre los muertos. La raíz latina del término es la siguiente: “tras” indica “a través”; y “figura” señala la “forma”.
Este hecho ocurrió aproximadamente una semana antes de que los discípulos fueran a Cesares de Filipo, que fue el lugar en el cual Pedro declaró que Jesús era “el Cristo de Dios” (Lc 9,20).
Respecto de la sucesión cronológica de los hechos que se narran en los Evangelios, el Catecismo aclara: “En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración” (CIC 556). La Transfiguración no se dio inmediatamente antes de la Pasión, pero sí se considera que sucedió bastante hacia finales de su ministerio.
¿Dónde ocurrió la Transfiguración?
Aunque los Evangelios hablan de “un monte alto”, según la tradición se trata del Monte Tabor en Israel. No muy lejos de Nazareth, una iglesia franciscana conmemora el lugar que tradicionalmente se toma como el lugar de la Transfiguración, donde existieron otras Iglesias antes que esa, en el siglo IV y en el siglo XII.
"Pidamos a Dios, por intercesión de María, Maestra de fe y de contemplación, la gracia de acoger en nosotros la luz que resplandece en el rostro de Cristo, de modo que reflejemos su imagen sobre cuantos se acerquen a nosotros.” – San Juan Pablo II
Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron los testigos de este acontecimiento. El Papa Benedicto XVI dijo sobre eso:
El misterio de la Transfiguración no se debe separar del contexto del camino que Jesús está recorriendo. Ya se ha dirigido decididamente hacia el cumplimiento de su misión, a sabiendas de que, para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no han entendido; más aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23).
Es por ese motivo que Jesús toma a tres de los suyos para subir al monte y revelarles Su gloria divina, el esplendor de la Verdad y el Amor. Jesús quiere que esa luz les ilumine el corazón para cuando Él pase por la oscuridad cerrada de Su pasión y muerte, cuando la locura de la Cruz se les haga insoportable. Dios el luz y Jesús desea regalar a sus amigos más íntimos la experiencia de la luz que habita en Él.
En Mateo 5,17, Jesús dice: “«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. La Ley y los Profetas son los dos aspectos principales de la Antigua Alianza y Moisés representa la Ley, mientras que Elías representa a los Profetas.
SOBRE MOISÉS SOBRE EL PROFETA ELÍAS
¿Estuvo presente el Espíritu Santo en la Transfiguración?
Las tres Personas de la Santísima Trinidad estuvieron presents en la Transfiguración. Santo Tomás de Aquino afirmó: “La Trinidad entera se apareció: el Padre, en la voz; el Hijo, en el hombre; el Espíritu Santo, en la nube resplandeciente”.
“Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: «Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco.» Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo.” – 2 Pe 1,16-18
Los tres Evangelios sinópticos relatan la Transfiguración (Mateo 17,1-8, Marcos 9,2-8 y Lucas 9,28-36).
Del Evangelio de Lucas:
Sucedió que unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.» Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
San Juan Pablo II afirmó:
A nosotros, peregrinos en la tierra, se nos concede gozar de la compañía del Señor transfigurado, cuando nos sumergimos en las cosas del cielo, mediante la oración y la celebración de los misterios divinos. Pero, como los discípulos, también nosotros debemos descender del Tabor a la existencia diaria, donde los acontecimientos de los hombres interpelan nuestra fe. En el monte hemos visto; en los caminos de la vida se nos pide proclamar incansablemente el Evangelio, que ilumina los pasos de los creyentes.
En el mismo sentido se expresó el Papa Francisco:
De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos, que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida.
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Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un ‘monte alto’ prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: ‘la esperanza de la gloria’” (CIC 568).
Tanto en Oriente como en Occidente, la Transfiguración se ha celebrado tradicionalmente en el mes de agosto, coincidiendo incluso en el día 6 en muchos países. En 1456, cuando había mucha tensión entre la Europa cristiana y el Imperio Otomano, Hungría ganó una batalla importante en Belgrado contra las fuerzas turcas demorando el avance otomano durante setenta años.
La noticia de esta victoria se conoció en Roma el 6 de agosto de 1456. Como muestra de gratitud, el Papa Calixto II, que había pedido a todos los cristianos que rezaran por la victoria, fijó ese día como fecha inamovible en la Iglesia para la celebración de la Transfiguración.
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