Santos. Simón y Judas son dos de los Doce Apóstoles de Jesús.
Mateo y Marcos se refieren a San Simón en las Escrituras como el "cananeo" y Lucas como "el Zelota". Ambos títulos significan lo mismo, celoso de la Ley judía, y lo distinguen de Simón, a quien el Señor rebautizó como Pedro o Roca. No está claro si pertenecía al partido político de esa época, conocido como los Zelotas, o simplemente era conocido por su celo religioso.
San Judas es uno de los dos Apóstoles con este nombre. El otro, generalmente llamado Judas, es el infame Judas Iscariote, conocido por su traición a Jesús. Aquí nos referimos a Judas Tadeo, el santo cada vez más popular como patrón de las causas desesperadas. También es autor del libro del Nuevo Testamento, la Epístola de Judas.
No se sabe mucho sobre las vidas de Simón y Judas a partir de los Evangelios. Aun así, Dios eligió a estos hombres, les concedió santidad y obró a través de ellos en las vidas de muchos en su propio tiempo, y continúa obrando a través de ellos hoy.
“Que tanto Simón el Cananeo como Judas Tadeo nos ayuden a redescubrir siempre de nuevo la belleza de la fe cristiana y a vivirla sin cansarnos, sabiendo dar un testimonio fuerte y al mismo tiempo pacífico de ella”. – Papa Benedicto XVI
No, no eran hermanos, aunque algunos pueden tener esta percepción por la forma en que son honrados y celebrados juntos en el mismo día festivo. Aunque no compartían la misma madre y el mismo padre, sería justo decir que compartían una hermandad espiritual en Cristo, habiendo vivido y crecido en su fe juntos entre los otros Apóstoles.
Simón el Zelota es un hombre diferente a Simón Pedro. Al igual que Judas Iscariote y Judas Tadeo, Simón el Zelota y Simón Pedro compartían similitudes en su nombre y se distinguen por los títulos que se les otorgan por este motivo.
Simón Pedro es la “roca” sobre la cual Cristo edificó Su Iglesia (Mateo 16:18). Simón el Zelota es un apóstol menos conocido, al que se le dio el título de “zelota”, ya sea porque era celoso en su fe o si pertenecía al grupo político llamado los Zelotas que estaba activo en ese momento.
Simón el Apóstol es más conocido por su apodo, "el zelota". No se sabe mucho más sobre él. No se le cita en ninguno de los evangelios y no se escriben otros relatos sobre su vida.
¿Cómo fue martirizado San Simón?
El relato más probable dice que fue martirizado en Persia al cortarle las manos. Otras fuentes proporcionan varios lugares, haciendo que muriera en Jerusalén o en lugares tan lejanos como España. Por tanto, en realidad no se sabe nada seguro.
"Judas (no Iscariote) le dijo: 'Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?' Jesús le respondió: 'El que me ama, guarda mis palabras, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos nuestro hogar con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía sino del Padre que me envió.’” – Juan 14:22-24
En la época de los Apóstoles, había un partido político activo de judíos llamado los Zelotas, conocido por su singular celo por la ley judía y su oposición a la ocupación romana. Esto último eventualmente conduciría a una rebelión completa en el año 66 d.C., y al asedio y destrucción de Jerusalén y el Templo por parte de los romanos en el año 70.
Se desconoce si el apóstol Simón era miembro de este partido, o si “zelota” simplemente describía su carácter religioso en general. En cualquier caso, su nombre también lo distinguía de Pedro, cuyo nombre de pila era Simón.
San Simón es el santo patrón de los aserradores y curtidores. Esto se deriva de un relato de su martirio en el que le cortaron las manos.
“Que la misericordia, la paz y el amor os sean multiplicados”. – Epístola de San Judas, versículo 2
El Papa Benedicto XVI enseñó:
Simón recibe un apodo que varía en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos lo describen como un "cananeo", Lucas lo describe como un "zelota".
De hecho, las dos descripciones son equivalentes porque significan lo mismo: en efecto, en hebreo el verbo qanà' significa "estar celoso, ardiente" y se puede decir ambos de Dios, ya que es celoso con respecto a su Pueblo Elegido ( cf. Ex 20, 5), y de hombres que arden de celo en servir al único Dios con devoción sin reservas, como Elías (cf. 1 Re 19, 10).
Por lo tanto, es muy probable que, aunque este Simón no fuera exactamente un miembro del movimiento nacionalista de los zelotas, al menos estuviera marcado por un apego apasionado a su identidad judía y, por tanto, a Dios, su Pueblo y la Ley divina.
Si este fuera el caso, Simón estaba muy lejos de Mateo, quien, por el contrario, tenía a sus espaldas una actividad como recaudador de impuestos que estaba mal vista por ser totalmente impura. Esto muestra que Jesús llamó a sus discípulos y colaboradores, sin excepción, de las más diversas procedencias sociales y religiosas.
¡Lo que le interesaba eran las personas, no las clases sociales ni las etiquetas! Y lo mejor es que en el grupo de sus seguidores, a pesar de sus diferencias, todos convivieron, superando dificultades imaginables: de hecho, lo que los unía era el mismo Jesús, en quien todos se encontraban unidos unos con otros.
Esta es claramente una lección para nosotros, que a menudo tendemos a acentuar las diferencias e incluso los contrastes, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros continuos conflictos.
Tengamos presente también que el grupo de los Doce es la prefiguración de la Iglesia, donde deben tener cabida todos los carismas, pueblos y razas, todas las cualidades humanas que encuentran su composición y unidad en la comunión con Jesús.
Si bien fue el autor del breve libro del Nuevo Testamento, la Epístola de Judas, no sabemos mucho más sobre él. Los detalles de su vida, su llamado o el tiempo que pasó con Cristo no se relatan en los Evangelios. Lo conocemos porque aparece mencionado en las listas de los apóstoles y por una sola pregunta que se dice que le hizo a Cristo durante la Última Cena:
Judas, no el Iscariote, le dijo: “Maestro, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. (Juan 14:22-23)
En la carta que escribió, San Judas se llama a sí mismo siervo de Cristo y hermano de Santiago (Judas 1:1). Otros textos han sugerido a algunos que era hermano de Jesús, junto con Santiago, José (José) y Simón. Desde sus inicios, la Iglesia creyó que sólo Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, entró en el Lugar Santísimo del vientre de Su Madre, una doctrina llamada Su Perpetua Virginidad. La reverencia judía por el Arca, el Templo, el Santuario y el Lugar Santísimo era un mero presagio de la realidad de la Encarnación, en la que el Verbo tomaría carne de la Mujer y habitaría entre nosotros.
Por este motivo, la Iglesia buscó otras explicaciones para los hermanos de Jesús tanto en el texto evangélico como en la práctica de Israel. El más simple es el lingüístico. La palabra griega "adelphoi" utilizada en el Nuevo Testamento es equívoca y puede referirse a hermanos de sangre, otros parientes varones cercanos, pero también al parentesco espiritual. Un judío era miembro de una familia, una tribu y de Israel. Tenemos usos similares hoy, tanto culturalmente como en la Iglesia, donde todos somos hermanos y hermanas en Cristo.
La otra explicación es que José era viudo y tenía hijos, y estos eran los hermanos y hermanas del Señor. Sin embargo, si esto fuera cierto, entonces el hecho de que desde la cruz Jesús confiara su Madre a Juan, uno que no fuese su hermano, sigue siendo una contradicción desconcertante.
Ambas explicaciones tienen en común, sin embargo, que Jesús no tuvo hermanos de sangre, ya que María dio a luz un solo Niño, el Verbo hecho carne, y juntos, Madre e Hijo, cumplieron todos los presagios de la Antigua Alianza respecto de este sublime misterio...
“Pero vosotros, queridos, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, tratad de salvarlos arrancándolos del fuego; y a otros mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada por su carne.” – Epístola de San Judas, versículos 20-23
Un relato cuenta que San Judas fue martirizado con un hacha o una lanza mientras predicaba junto con San Simón en Persia. Otro relato afirma que fue martirizado en Beirut, en el Líbano, con un hacha. El elemento común es el hacha, que, de hecho, se convirtió en un símbolo asociado a Judas Tadeo.
San Judas es conocido popularmente por ser el santo patrón de las causas imposibles.
El Papa Benedicto XVI enseñó:
En cuanto a Judas Tadeo, así lo ha llamado la tradición, combinando dos nombres diferentes: de hecho, mientras Mateo y Marcos lo llaman simplemente "Tadeo" (Mt 10, 3; Mc 3, 18), Lucas lo llama "Judas, hijo de Santiago" (Lc 6, 16; Hechos 1, 13).
El apodo "Tadeo" es de origen incierto y se explica que proviene del arameo taddà', que significa "pecho" y, por tanto, sugeriría "magnánimo", o bien como una abreviatura de un nombre griego, como "Teodòro, Teòdoto". ".
Sabemos muy poco sobre él. Sólo Juan menciona una pregunta que dirigió a Jesús en la Última Cena: Tadeo dice al Señor: "Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros y no al mundo?"
Ésta es una pregunta muy actual que también dirigimos al Señor: ¿por qué el Resucitado no se reveló a sus enemigos en toda su gloria para mostrar que es Dios quien vence? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: "El que me ama, mi palabra guardará, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 22-23).
Esto significa que el Resucitado debe ser visto, debe ser percibido también por el corazón, de modo que Dios pueda hacer morada en nosotros. El Señor no aparece como una cosa. Él desea entrar en nuestras vidas, y por eso su manifestación es una manifestación que implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado.
