El Catecismo de la Iglesia Católica , en su párrafo 638, expresa:
La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo ha resucitado de los muertos,
con su muerte ha vencido a la muerte.
Y a los muertos ha dado la vida.
En Romanos 6,5-11, leemos lo siguiente:
Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
"Si mantenemos los ojos en el Señor Jesús Resucitado, nuestro corazón va a arder pase lo que pase… porque nuestro Dios ha resucitado. ¡Verdaderamente ha resucitado!" - Madre Angélica
En palabras del P. Joseph Mary Wolfe, MFVA:
Es desafiante ponerse a pensar en el suceso esencial que es la Pascua, la Resurrección de Cristo, desde nuestra perspectiva humana.
Algunos científicos han afirmado que Cristo resucitó como en una explosión de radiación que estampó su imagen tridimensional en la Sábana Santa de Turín, el lienzo que se cree que cubrió el cuerpo de Jesús. Las Escrituras nos dicen que los más cercanos no lo reconocieron inmediatamente en su cuerpo glorificado. Jesús comió pescado frente a sus discípulos para demostrarles que tenía cuerpo, aun cuando podía atravesar puertas cerradas. Su cuerpo glorificado tenía nuevas capacidades, pero no era un fantasma incorpóreo como temían algunos de los discípulos.
El significado de la Pascua, con todo el valor de la investigación y especulación científica, es mucho más real y personal que teórico. Las Escrituras lo dicen claramente: Cristo resucitó y ya que él resucitó, nosotros también tenemos la posibilidad de tener vida eterna. Es así de simple y así de complejo.
La Resurrección del Señor está presente en los cuatro Evangelios y también aparece en las epístolas.
El Evangelio de San Lucas 24,1-12 nos relata:
El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. “» Y ellas recordaron sus palabras. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido.
También hay relatos de la Resurrección en Mateo 28,1-10, Marcos 16,1-13 y Juan 20,1-29.
"La Cruz había planteado la pregunta; la Resurrección la había respondido… La pregunta era: ‘¿Por qué permite Dios que el mal y el pecado claven en un árbol a la Justicia?' La respuesta de la Resurrección: 'Habiendo hecho lo peor, el pecado se agota y es superado por el Amor que es más fuerte que el pecado y la muerte.” - Venerable Fulton J Sheen
El idioma oficial de la Iglesia es el latín, la antigua lengua de Roma. En los textos de la Iglesia, la Pascua es Pascha, palabra derivada del hebreo Pasch o pascua. La Pascua del Señor es el suceso de salvación que se complete con la resurrección de Cristo de entre los muertos. En las lenguas que derivan del latín, se mantiene el nombre.
Sin embargo, el inglés, a pesar de contar con varias palabras de origen latín, tiene raíces germánicas, al igual que el alemán moderno. En alemán, Pascua se dice Ostern; y aunque el origen de la palabra no está muy claro, podría hacer referencia a la referencia a la salida del sol en el Este (Ost), suceso del que depende nuestra existencia natural. El mismo Cristo es llamado a veces el Oriente, porque es de Él de quien depende nuestra resurrección del pecado a la gracia, así como la resurrección de nuestro cuerpo al final de los tiempos.
Es el período de ocho días comprendido entre el Domingo de Pascua y el Domingo de la Divina Misericordia. Cada uno de esos días se considera una solemnidad, como si se repitiera la Pascua durante ocho días.
¿La Pascua es pagana?
No, de ninguna manera. Algunos pueden argumentar que la fiesta recibió el nombre de la diosa Ishtar o alguna otra. La Pascua, como se usa la palabra en el mundo cristiano de habla inglesa, siempre ha estado directamente referida a la celebración de la resurrección de Cristo, solo a Él y a ese suceso.
Hay pocos sucesos en la historia tan bien documentados como la Resurrección. Damos por ciertos hechos antiguos que solo tienen una referencia. En cambio, todos los autores del Nuevo Testamento dan fe de la muerte y resurrección de Jesús. La mayoría, y muchos otros que presenciaron las apariciones del Maestro antes de la Ascensión, dieron su vida como testimonio de esa verdad. Desde el primer siglo, muchos millones de personas más que creyeron en su testimonio siguieron su ejemplo.
El Catecismo de la Iglesia Católica , en su párrafo 639, afirma:
El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco.
Luego de resucitar, Jesús se apareció a María Magdalena, la “otra María”, los apóstoles (salvo Judas Iscariote), y los dos discípulos en el camino de Emaús. En 1 Corintios 15,6, San Pablo dice: “…después [Jesús] se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron”. San Pablo continúa diciendo: “Y en último término se me apareció también a mí” (1 Cor 15,8). Esto señala el encuentro de San Pablo con el Señor luego de la Ascensión de Jesús, que provocó la conversión inmediata de San Pablo al cistianismo (Hch 9,1-19).
¿Quién era la otra María en la tumba de Jesús?
Creemos que esa María era la madre de Santiago y José.
El Catecismo de la Iglesia Católica ,en su párrafo 640, nos enseña:
“"¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado". En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. "El discípulo que Jesús amaba" afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo", "vio y creyó". Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.
“El Señor resucitado es también el Crucificado… En su cuerpo glorioso lleva las heridas imborrables: heridas que se han convertido en ventanas de esperanza. Dirijamos a Él nuestra mirada para que sane las heridas de una humanidad afligida.” - Papa Francisco
El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica en sus párrafos 651 al 655:
"Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe". La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.
La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal. La expresión "según las Escrituras" indica que la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.
La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. Él había dicho: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy". La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo pudo decir a los judíos: «La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros [...] al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"». La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.
Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos [...] así también nosotros vivamos una nueva vida". Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos". Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
Por último, la Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron [...] del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo". En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos "saborean [...] los prodigios del mundo futuro" y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos".
"Nosotros proclamamos la Resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia." - Papa Francisco
Los Evangelios no nos relatan que Jesús se haya aparecido a la Santísima Virgen. Sin embargo, San Juan Pablo II se refirió a esta cuestión:
Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.
Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).
Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.
"Dios ama a cada uno como si no existiera nadie más." – San Agustín
Lucas 24,13-35 nos refiere la historia de dos discípulos que iban caminando hacia un pueblo llamado Emaús:
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.» Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.
Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
“Conocemos la oscuridad y el pecado, la pobreza y el dolor. Pero sabemos que Jesús ha vencido el pecado y ha llegado a la gloria de la Resurrección a través de su propio sufrimiento. Y nosotros vivimos en la luz de este Misterio Pascual: el misterio de la Muerte y la Resurrección de Cristo.” – Papa San Juan Pablo II
Es posible que al no entender ellos, o al dudar, la promesa de Jesús de que resucitaría de entre los muertos, no esperaban verlo; y en su aspecto resucitado sin las muestras de su sufrimiento, Jesús esta diferente. Esto le permitió al Señor revelar gradualmente la verdad sobre Su Resurrección; y revelarnos a nosotros una verdad tan grande como esa: que Él permanece con nosotros “en la fracción del pan” –una forma de referirse a la Santa Eucaristía por la iglesia de los primeros tiempos para esconder a los no creyentes el verdadero significado del gesto-.
La Escritura nos relata que “le habían conocido en la fracción del pan” (Lc 24,35). Esta repetición del acto de la Última Cena, junto con su repentina desaparición, les abrió los ojos, probablemente por inspiración natural así como por inspiración de la gracia que había hecho "arder su corazón".
Lucas nos relata lo siguiente en su capítulo 24, versículos 42 y 43: “Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos”. Esto nos muestra que el cuerpo resucitado tiene todas las características naturales del cuerpo humano, aunque ya no tenga la necesidad de alimentarse.
“Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.” - 1 Cor 15,20
Poco antes de morir, el Papa San Juan Pablo II expresó en su carta apostólica Mane Nobiscum Domine(Quédate con nosotros, Señor), fechada el 7 de octubre de 2004:
El relato de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico que nunca debe faltar en la devoción del Pueblo de Dios: ¡La Eucaristía misterio de luz! ¿En qué sentido puede decirse esto y qué implica para la espiritualidad y la vida cristiana?
Jesús se presentó a sí mismo como la «luz del mundo» (Jn 8,12), y esta característica resulta evidente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en los que resplandece claramente su gloria divina. En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por excelencia. Pero, precisamente a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina. En una feliz intuición, el célebre icono de la Trinidad de Rublëv pone la Eucaristía de manera significativa en el centro de la vida trinitaria.
La Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas», la de la Palabra y la del Pan. Esta continuidad aparece en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús pasa de la presentación fundamental de su misterio a la declaración de la dimensión propiamente eucarística: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6,55). Sabemos que esto fue lo que puso en crisis a gran parte de los oyentes, llevando a Pedro a hacerse portavoz de la fe de los otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). En la narración de los discípulos de Emaús Cristo mismo interviene para enseñar, «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas», cómo «toda la Escritura» lleva al misterio de su persona (cf. Lc 24,27). Sus palabras hacen «arder» los corazones de los discípulos, los sacan de la oscuridad de la tristeza y desesperación y suscitan en ellos el deseo de permanecer con Él: «Quédate con nosotros, Señor» (cf. Lc 24,29).
...
Es significativo que los dos discípulos de Emaús, oportunamente preparados por las palabras del Señor, lo reconocieran mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de la «fracción del pan». Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos «hablan». La Eucaristía se desarrolla por entero en el contexto dinámico de signos que llevan consigo un mensaje denso y luminoso. A través de los signos, el misterio se abre de alguna manera a los ojos del creyente.
- Mane Nobiscum Domine (Quédate con nosotros, Señor, 7 de Octubre de 2004)
La Ascensión de Jesús a los Cielos ocurrió cuarenta días después de su Resurrección.
¿Qué hizo Jesús durante los cuarenta días que siguieron a su Resurrección?
Se les apareció a muchos y les explicó sus enseñanzas a los Apóstoles y a otros discípulos. Cuando estaba por volver al Padre en la Ascensión, dio instrucciones a los Once (los Apóstoles) sobre la responsabilidad que tenían de continuar la misión salvadora, ejerciendo la autoridad de Jesús, y santificando y enseñando al mundo.
En Mateo 28,16-20, leemos:
Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»
En Juan 20,24-29, se nos relata la actitud de Tomás, que exige “ver para creer”.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»
El lirio de Pascua o azucena de trompeta (Lilium longiflorum)
Esta flor blanca y de aspecto espigado, símbolo de pureza y esperanza, se asocia a la Pascua. Algunos especulan, por su forma similar a una trompeta, es símbolo del anuncio de la Resurrección de Jesús de entre los muertos.
“Si él está con nosotros, ¿qué podemos temer? No importa cuán oscuro se vea el horizonte de la humanidad; hoy celebramos el radiante triunfo de la alegría pascual.” - Papa San Juan Pablo II
Sí, la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén marca el área donde Jesús fue crucificado, enterrado y luego resucitó de entre los muertos.
¿Quién construyó la Iglesia del Santo Sepulcro?
La hizo construir Santa Elena, la madre del emperador romano Constantino, convertido al cristianismo. Cuando ella rondaba los 80 años, marchó a Tierra Santa en peregrinación para ubicar lugares relevantes para los cristianos y para hallar reliquias, particularmente la Cruz verdadera.
Con la ayuda de los cristianos que vivían en los alrededores de Jerusalén, Santa Elena localizó el lugar de la crucifixión de Jesús. En el Calvario, había un templo dedicado a la diosa romana Venus, que Santa Elena ordenó destruir. Luego de hallados estos lugares santos, Constantito mandó construir la Iglesia del Santo Sepulcro sobre el lugar del Calvario y la tumba de Jesús, donde el Señor fue enterrado y donde resucitó.
La Iglesia no afirma su autenticidad con autoridad magisterial. Sin embargo, la trata como una reliquia de la Pasión de Jesús. Existe mucha evidencia forense que avala su autenticidad, desde el polen de la zona de Jerusalén hallado en el lienzo, hasta la historia del arte que muestra “el rostro” en piezas de arte desde el siglo VI, desde cuando se venera una imagen sobre lino llamada Mandylion de Edesa con el rostro de Cristo. Hoy en día, la misteriosa imagen sobre el lienzo, en negativo, de un hombre que padeció sufrimientos como los que describen los Evangelios que sufrió Jesús todavía no tiene explicación a pesar de casi cincuenta años de investigaciones científicas exhaustivas.
El tipo de sangre encontrado es AB, que coincide con el hallado en la Eucaristía del milagro eucarístico de Lanciano, que el Papa San Pablo VI permitió analizar.
¿Hubo alguna prueba de fechado por carbono?
Sí, pero la prueba de carbono estuvo viciada. La sección del lienzo analizada había sido restaurada en el año 1352 con lienzo nuevo luego de que sufriera los efectos de un incendio en Chambéry, Francia, que derritió partes del recipiente de plata donde se lo conservaba. Científicos rusos demostraron, también, que la presencia de bacterias en telas antiguas puede distorsionar el proceso de datación. Cualquiera de estos dos hechos puede invalidar la integridad de la prueba. Todavía no se ha logrado, con los medios con que se cuenta actualmente, lo que supuestamente se consiguió falsificar con herramientas del siglo XIII.