En las revelaciones sobre la Divina Misericordia que hizo a Santa Faustina, Jesús le pidió en varias ocasiones que se dedicara una fiesta a la Divina Misericordia, y que fuera el domingo siguiente a Pascua. Los textos litúrgicos de ese día, el segundo domingo de Pascua, tratan sobre la institución del Sacramento de la Penitencia, el Tribunal de la Divina Misericordia, por lo que ya están en consonancia con el pedido de Nuestro Señor. Esta Fiesta, que ya se había concedido a Polonia y se había celebrado en la Ciudad del Vaticano, fue otorgada a la Iglesia Universal por el Papa Juan Pablo II en ocasión de la canonización de Sor Faustina el 30 de abril de 2000. En un decreto con fecha 23 de mayo de 2000, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos declaró que “en todo el mundo, el Segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia, una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”.
Respecto a la Fiesta de la Misericordia, Jesús dijo:
Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida recibirá el perdón total de las culpas y de las penas. (Diario, 300)
Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se la venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella. (Diario, 341)
Esta Fiesta ha salido de las entrañas de Mi misericordia y está confirmada en el abismo de Mis gracias. (Diario, 420)
"Sí, el primer domingo después de Pascua es la Fiesta de la Misericordia, pero también debe estar presente la acción, que debe surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte." (Diario, 742)
Así como la imagen sirve para recordar el “océano de Misericordia divina” y su precio, así también la memoria diaria de la Divina Misericordia a la hora de la muerte de Cristo.
Jesús pidió a Santa Faustina, y a todos nosotros a través de ella, que celebremos la Hora de la Gran Misericordia, con la promesa de gracias inmensas para quienes lo hagan pidiendo por ellos mismos o por otras personas.
A las tres, ruega por Mi misericordia, en especial para los pecadores y aunque solo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía. Esta es la hora de la gran misericordia… En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión. (Diario, 1320)
En los Evangelios, se nos dice que Jesús murió a la hora nona (cf. Mt. 27,46-50) del día de la Preparación para la Pascua (cf. Mt. 27,62, Jn 19,14) en un año que, además, era Sabático (cf. Jn 19,31). Esto marca la hora de la muerte de Jesús como la hora nona (según la hora solar), o 3 de la tarde, un día viernes (ya que el sabbat judío es el sábado). Esta es la hora de la Gran Misericordia y la hora en la cual, bajo la vieja alianza, se sacrificaba al Cordero Pascual.
¿Puede rezarse la Divina Misericordia en cualquier horario?
La mejor hora para rezar la Coronilla de la Divina Misericordia es las 3 de la tarde, pero se la puede rezar en cualquier horario y cualquier día de la semana.
“Deseo conceder el perdón total a Ias almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia.” (Diario, 1109)
Entre los pedidos que hizo el Señor a Santa Faustina estaba la Coronilla de la Divina Misericordia, para la cual promete:
“Las almas que recen esta coronilla serán abrazados por Mi misericordia durante su vida y en especial en la hora de su muerte.”
Una coronilla es una oración devocional que se reza con cuentas, como las del Rosario mariano, para marcar las oraciones según se las va diciendo. Muchas coronillas, como esta, se rezan usando las mismas cuentas del Rosario.
Jesús dijo a Santa Faustina:
Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado. Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. (Diario, 687)
¿Por qué es tan poderosa esta Coronilla?
La misericordia de Jesús es incomparable. Él quiere –más que ninguna otra cosa- que vayamos a Él, que vivamos con Él en el Cielo. Su amor, manifestado en la Cruz, es la razón por la cual la Coronilla están poderosa.
Ambas devociones, que se rezan sobre las cuentas del Rosario, son importantes para los católicos. El Santo Rosario medita sobre diferentes sucesos de la vida de Cristo y Su Madre; mientras que la Coronilla de la Divina Misericordia se concentra en el sacrificio de Jesús y el abismo de su Divina Misericordia.
Sobre las cuentas del Rosario mariano:
- Se comienza con la señal de la Cruz sobre el crucifijo. Luego, sobre el grupo de tres cuentas, se reza un Padrenuestro, el Avemaría y el Credo de los Apóstoles.
Sobre las decenas, se reza lo siguiente:
- Sobre la cuenta separada, donde en el Rosario se reza el Padrenuestro:
Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero. - Sobre cada una de las diez cuentas donde en el Rosario se rezan Avemarías:
Por tu dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Se repiten los pasos 2 y 3 hasta terminar las cinco decenas.
- Para terminar, se reza tres veces:
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Existen otras oraciones que también pueden rezarse a las tres en punto, y que se encuentran en libros devocionales sobre la Divina Misericordia.
Las tres oraciones principales de la Coronilla son:
Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero.
Por tu dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Con cada una de ellas, reconocemos a Dios que somos indignos. Es únicamente gracias al sacrificio de Jesús, por el poder de Dios, solo a través de Su Misericordia que podemos pedir cualquier cosa. ¿Somos nosotros quienes nos ofrecemos? No, es Jesús a quien ofrecemos. Así lo expresamos: “Por su dolorosa Pasión”. Con esta oración, rezamos a Dios que nos conceda lo que le pedimos por Su Grandeza.
Jesús pidió que la Fiesta de la Divina Misericordia fuera precedida por una Novena a la Divina Misericordia, que debería comenzar el Viernes Santo. Le dio a Santa Faustina una intención para cada día de la Novena, dejando para el último día la intención más difícil: los tibios e indiferentes, de los cuales Jesús dijo:
“Estas almas me causan más sufrimiento que ninguna otra: Mi alma sintió una repugnancia mayor por ellas en el Huerto de los Olivos. Fue por ellas que dije: “Padre mío, si es posible aleja de mí este cáliz”. La última esperanza de salvación para estas almas es que corran a Mi Misericordia.”
En su diario, Santa Faustina escribió que Jesús le dijo:
“Cada día de la novena, presentará a Mi corazón a un grupo diferente de almas y los sumergirás en el océano de Mi Misericordia… Cada día, suplicarás a Mi Padre, por la fuerza de Mi Pasión, las gracias para esas almas.”
“Jesús: ‘Niña mía, la vida en la tierra es una lucha y una gran lucha por Mi reino, pero no tengas miedo, porque no estás sola. Yo te respaldo siempre, así que apóyate en Mi brazo y lucha sin temer nada. Toma el recipiente de la confianza y recoge de la fuente de la vida no solo para ti, sino que piensa también en otras almas y especialmente en aquellas que no tienen confianza en Mi bondad.’” (Diario, 1488)
En 1931, Nuestro Señor pidió a Santa Faustina que hiciera pintar una imagen de Su Divina Misericordia con las palabras: “Jesús, en Ti confío”. Él dijo: “Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y [luego] en el mundo entero”. (Diario, 47)
Después, Jesús agregó:
“Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi Gloria.” (Diario, 48)
En su Diario, Santa Faustina dijo:
Una vez, cuando el confesor me mandó preguntar al Señor Jesús por el significado de los dos rayos que están en esta imagen; contesté que sí, que se lo preguntaría al Señor.
Durante la oración oí interiormente estas palabras: Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas…
Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. (Diario, 299)
La pintura original está expuesta en el Santuario de la Divina Misericordia de Vilna, Lituania, en el convento donde Santa Faustina residía cuando Nuestro Señor se le apareció en esa imagen.
“Toda gracia procede de la misericordia y la última hora está llena de misericordia para con nosotros. Que nadie dude en la bondad de Dios; aunque sus pecados fueran negros como la noche, la misericordia de Dios es más fuerte que nuestra miseria. Una sola cosa es necesaria: que el pecador entreabra, aun cuando sea un poco, las puertas de su corazón a los rayos de la gracia misericordiosa de Dios y entonces Dios realizará el resto.” (Diario, 1507)
La Divina Misericordia es el acercamiento de Dios por Amor, a través de la Encarnación y el Misterio de la Pascua, para devolvernos hacia Él mismo.
Ef 2,4-7 Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Heb. 4,16 Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alzancar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.
En su carta Encíclica sobre el Padre, Rico en Misericordia, el Papa Juan Pablo II cita el Misterio Pascual como la mayor prueba de este atributo de Dios.
15 . . . Es este misterio el que lleva en sí la más completa revelación de la misericordia, es decir, del amor que es más fuerte que la muerte, más fuerte que el pecado y que todo mal, del amor que eleva al hombre de las caídas graves y lo libera de las más grandes amenazas.
En su discurso en el Santuario de la Divina Misericordia en su ciudad natal, Cracovia, el santo padre Juan Pablo II afirmó:
Si [cada uno] responde con sinceridad de corazón: “¡Jesús, confío en ti!”, encontrará Consuelo en todas sus angustias y en todos sus temores. Nada necesita el hombre como la divina Misericordia: ese amor que quiere bien, que compadece, que eleva al hombre, por encima de su debilidad, hacia las infinitas Alturas de la santidad de Dios. (Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, Polonia, el 7 de junio de 1997)
En su forma más sencilla, misericordia es compasión y perdón. La persona necesitada puede haberse causado a sí misma el mal, por el pecado o por errores humanos de cualquier naturaleza, pero ser misericordioso es no dejar a esa persona en ese estado; así es como nos trata Dios si recurrimos a Él en nuestra necesidad.
¿Cuáles son las Promesas de la Divina Misericordia?
Algunas de las promesas sobre la Divina Misericordia:
“Prometo que el alma que venere esta imagen (de la Divina Misericordia) no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la Victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria.” (Diario, 48)
“Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte.” (Diario, 687)
“A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá en vida y especialmente a la hora de la muerte.” (Diario, 754)
“Cuando cerca de un agonizante es rezada esta coronilla, se alpaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa Pasión de Mi Hijo.” (Diario, 811)
“A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia… a la hora de la muerte no sere para ellas Juez sino Salvador misericordioso.” (Diario, 1075)
“A los sacerdotes que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré sus palabras y sacudiré el corazón a los que los escuchen.” (Diario, 1521)
“Sean apóstoles de la Divina Misericordia bajo la guía maternal y amorosa de María.” - Papa San Juan Pablo II a los Marianos de la Inmaculada Concepción el 22 de junio de 1993
El Catecismo de la Iglesia Católica (párrafos 1846-1848) nos enseña que,
El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores. El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para la remisión de los pecados”.
“Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros”. La acogida de misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo el élpara perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.”
Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor”. Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
La conversión exige el reconocimiento del pecado, y este, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una ‘doble dádiva’: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito.
Sí, la Iglesia ha aprobado plenamente la devoción a la Divina Misericordia. Si bien es cierto que surge de una revelación privada, por lo cual no es materia de fe, la Divina Misericordia en sí es una doctrina de la Iglesia y las formas particulares de esta devoción han recibido el mayor grado de aprobación posible. Esto incluye la canonización de la mística a quien se le reveló la devoción (lo que asegura la veracidad de su santidad y, por ende, de sus afirmaciones) y la institucionalización de la devoción en la vida de la Iglesia, como la Fiesta de la Divina Misericordia y la Indulgencia de la Divina Misericordia.
El Papa San Juan Pablo II es el gran Papa de la Misericordia. En 1981, dijo:
Desde el mismo comienzo de mi ministerio en la Cátedra de San Pedro, considero que este mensaje [de la Divina Misericordia] es mi tarea especial. La Providencia me lo ha asignado en esta situación de hombre, la Iglesia y el mundo. Puede decirse que es esta situación el precisamente el motivo por el cual se me asigna el mensaje como tarea frente a Dios.
Como Arzobispo de Cracovia, antes de ser elegido Papa, había promovido la causa de canonización de Santa Faustina y buscaba la difusión de la devoción de la Divina Misericordia. Durante su pontificado, logró concretar esos esfuerzos con la canonización de Santa Faustina y la materialización de los pedidos del Señor. Murió el 2 de abril de 2005, en la víspera de la Fiesta de la Divina Misericordia.
“Yo no soy solo la Reina del Cielo, sino también la Madre de la Misericordia.” - Nuestra Señora (Diaio, 330)
Si bien es cierto que el Papa San Juan Pablo II puede considerarse el Papa de la Misericordia, el Papa Benedicto XVI, que fue su prefecto doctrinal, habló particularmente de la Divina Misericordia en su aspecto ministerial, afirmando lo siguiente en 2008 en la Fiesta de la Divina Misericordia:
[L]a misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que se reveló en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia y se manifiesta mediante los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación, y mediante las obras de caridad, comunitarias e individuales. Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10, 10). De la misericordia divina, que pacifica los corazones, brota además la auténtica paz en el mundo, la paz entre los diversos pueblos, culturas y religiones.
También el Papa Francisco ha demostrado gran interés por llevar la misericordia de Dios a los pecadores, y en su aspecto humano, a los marginalizados. Desde el principio de su pontificado, llamó a un Jubileo Extraordinario de la Divina Misericordia, design sacerdotes como “Misioneros de la Misericordia” con facultades especiales para reconciliar a ciertas clases de penitentes y estableció normas más sencillas para resolver los casos difíciles de matrimonios. Por otro lado, con frecuencia abogó por aquellos “en las periferias” de la sociedad humana, sean pobres o migrantes. El Domingo de la Divina Misericordia en el Año Jubilar, llamó la atención sobre los aspectos sanadores de la Divina Misericordia, particularmente en lo que hace a los demás a través de nosotros, explicando que:
En la misericordia de Dios, sanan todas nuestras dolencias. Su misericordia, de hecho, no nos es distante: busca salir al encuentro de toda forma de pobreza y librar a este mundo de tantos tipos de esclavitud. La misericordia desea tocar las heridas de todos y sanarlas. Ser apóstoles de la misericordia significa tocar y acariciar las heridas que afligen hoy en día el cuerpo y el alma de tantos hermanos. Al curar esas heridas, profesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos que otros, que tocan con sus propias manos su misericordia, lo reconozcan como “Señor y Dios” (Jn 20,28), como el Apóstol Tomás. Esta es la misión que nos ha encomendado.
Lo primero que hizo Cristo cuando se apareció a los Apóstoles la noche de Pascua fue darles la potestad de perdonar los pecados con el Sacramento de la Reconciliación (Jn 20,19-23). No sorprende que la gracia de la reconciliación total, incluso del castigo temporal por los pecados que ya se nos han perdonado, comience con una buena confesión.
Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y Amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las amas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. (Diario, 699)
Este pedido de Nuestro Señor reconoce un hecho de justicia que la misma Iglesia reconoce, que es que, si bien el Sacramento de la Penitencia basta para remitir la pena eterna por los pecados graves (separación de Dios), el nivel de dolor del penitente, la intensidad de la conversión y la obligación de reparación que debe cumplirse usualmente son imperfectos. Esta “pena temporal” debe saldarse, sea en esta vida o en el Purgatorio.
A través de Santa Faustina, por lo tanto, el Señor nos llama a renovar nuestra confianza en Él para disponernos a recibir incluso esa enorme gracia. Lo único que falta en la ecuación es NUESTRA voluntad. Dios sí lo desea. Confiemos en Él.
“Deseo conceder el perdón total a las almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia.” (Diario 1109)
“Las gracias de Mi misericordia se toman con un solo recipient y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá.” (Diario 1578).
Quiero que la imagen sea bendecida solemnemente el primer domingo después de Pascua y que se la venere públicamente para que cada alma pueda saber de ella. (Diario, 341)
El Señor pide que tengamos muestras de gratitud por la Divina Misericordia en esta Fiesta. Es lo justo, pero con eso solo no alcanza. La imagen nos invita a contemplar el precio de nuestra salvación y sus frutos, poniendo en Él, que nos amó primero, nuestra Fe, nuestra Esperanza y nuestro Amor.
Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas… Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. (Diario, 299)
La Indulgencia
Si la Gracia que ofrece el Señor suena similar a las gracias de una indulgencia plenaria, esto se debe a que la remisión de TODO castigo por los pecados es exactamente lo que se consigue mediante una indulgencia plenaria. Como nadie está obligado a creer en una revelación privada, para que nadie deje de acercarse a la fuente de la Divina Misericordia el Domingo de la Divina Misericordia bajo ese argumento, el Papa San Juan Pablo II estableció esa fiesta mediante un acto de autoridad papal, creando una Indulgencia plenaria, que es accesible a los católicos en toda circunstancia.
“Quien sabe perdonar se prepara muchas gracias de parte de Dios. Siempre que mire la cruz, perdonaré sinceramente.” Santa Faustina (Diario, 390)
También llamada Secretaria de la Divina Misericordia, Santa Faustina Kowalska fue una religiosa polaca de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. En el año 1931, comenzó a tener visiones de Jesús y las escribió en su diario spiritual, titulado ahora La Divina Misericordia en mi alma y al que generalmente se refiere como Diario. Ese fue el comienzo del apostolado y la devoción a la Divina Misericordia.
Jesús se apareció por primera vez a la santa el 22 de febrero de 1931 cuando ella vivía en el convento de su comunidad en Plock, Polonia. Santa Faustina escribió:
Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. En silencio, atentamente miraba al Señor, mi alma estaba llena de temor, pero también de una gran alegría. Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: “Jesús, en Ti confío. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y [luego] en el mundo entero”. (Diario, 47)
Murió a la edad de 33 años el 5 de octubre de 1938 en el convento de la comunidad de Cracovia. Allí es donde yacen sus restos mortales y donde se encuentra la imagen más comúnmente conocida de la Divina Misericordia (la original está en Vilna).
¿Por qué es importante Santa Faustina?
Santa Faustina tenía una fe inquebrantable en Jesús, a quien obedecía en todo. Gracias a su Diario, el mundo entiende mejor la Divina Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo.
El Señor le manifestó a Santa Faustina que Su ira se desataría contra una cierta ciudad, indicándole que rezara para evitarlo (Diario, 474). Su director espiritual, el Padre Michael Sopocko, ahora beato, da algunos detalles en Summarium, 251:
[Sor Faustina] escribió en su diario que el mismo Jesús dijo que estaba por destruir una de las ciudades más bellas de nuestro país como destruyó a Sodoma por los crímenes que se perpetraban allí. Cuando leí en el Diario sobre eso, le pregunté a ella qué significaba esa profecía. Ella me confirmó que lo que había escrito era así y cuando le consulté qué tipo de pecados era el que Dios iba a castigar de tal manera, ella respondió que era especialmente la matanza de infantes no nacidos aún, el más grave de los crímenes.
En otro pasaje, Jesús permite que Santa Faustina sufra en reparación por este pecado.
“Hoy deseaba ardientemente hacer la Hora Santa delante del Santísimo Sacramento. Sin embargo, la voluntad de Dios fue otra: a las ocho experimenté unos Dolores tan violentos que tuve que acostarme en seguida; he estado contorsionándome por estos Dolores durante tres horas, es decir hasta las once de la noche. Ninguna medicina me alivió; lo que tomaba lo vomitaba. Hubo momentos en que los dolores me dejaban sin conocimiento. Jesús me hizo saber que de esta manera he tomado parte en su agonía en el Huerto y que Él Mismo había permitido estos sufrimientos en reparación a Dios por las almas asesinadas en el seno de las malas madres. Estos dolores me han sucedido ya tres veces. Empiezan siempre a las ocho; duran hasta las once de la noche. Ninguna medicina logra atenuar estos sufrimientos. Cuando se acercan las once desaparecen solos y entonces me duermo.” (Diario, 1276)
Con toda razón, el Concilio Vatican II llamó al aborto “un crimen abominable” (Gaudium et spes 51), siendo un acto que vulnera la vida en sus comienzos, ofendiendo la majestad creadora de Dios, y que clama al Cielo por venganza (Gn 4,10-11). La Divina Misericordia es hoy todavía el remedio, tanto para el aborto como para los demás pecados de nuestra era. De lo contrario, el remedio será la Justicia Divina.
“Hija Mía, que nada te asuste ni te perturbe. Mantén una profunda tranquilidad. Todo está en Mis manos.” - Jesús a Santa Faustina (Diario, 219)
¿Por qué Jesús pondría énfasis en nuestro tiempo sobre una doctrina, la Divina Misericordia, que ha formado parte del patrimonio de la Fe desde sus comienzos? ¿Por qué pediría que hubiera nuevas expresiones devocionales y litúrgicas de la Divina Misericordia? En Sus revelaciones a Santa Faustina, Jesús responde estos interrogantes, conectando ésta a otra doctrina, también a veces poco tenida en cuenta: Su Segunda Venida.
En el Evangelio, el Señor nos muestra que Su primera venida fue en la humildad, como Siervo, para liberar al mundo del pecado. Pero promete que volverá con gloria para juzgar al mundo por el amor, como lo deja en claro en sus discursos sobre el Reino en los capítulos 13 al 25 del Evangelio de San Mateo. Entre la primera y la segunda venida, son los últimos tiempos o tiempo de la Iglesia, en el que la Iglesia administra la reconciliación al mundo hasta el Día del Señor, enorme y terrible, Día de Justicia. Todo católico debería conocer las enseñanzas de la Iglesia sobre esto, que se encuentra en los párrafos 668 al 679 del Catecismo de la Iglesia Católica. Solo en el contexto de la revelación pública enseñada por el Magisterio podemos situar las palabras de la revelación privada dada a Sor Faustina.
“Prepararás al mundo para Mi última venida.” (Diario, 429)
“Habla al mundo de Mi misericordia… Es una señal de los últimos tiempos. Después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi misericordia.” (Diario, 848)
“Habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mi justicia.” (Diario, 965)
“Estoy prolongándoles el tiempo de la misericordia, pero ay de ellos si no reconocen este tiempo de Mi visita.” (Diario, 1160)
“Antes del día de la justicia enviaré el día de la misericordia.” (Diario, 1588)
“Quien no quiere pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia.” (Diario, 1146)