El Catecismo (CIC 966) afirma: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).
¿Qué nos enseña la Asunción de María?
En una homilía para la fiesta de la Asunción, el Papa San Juan Pablo II expresó: In a homily for the Assumption, Pope St. John Paul II said, “María, elevada al cielo, indica el camino hacia Dios, el camino del cielo, el camino de la vida. Lo muestra a sus hijos bautizados en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Lo abre, sobre todo, a los humildes y a los pobres, predilectos de la misericordia divina. A las personas y a las naciones, la Reina del mundo les revela la fuerza del amor de Dios…”
Así como con el dogma de la Inmaculada Concepción, el de la Asunción no se encuentra expresado per se en las Escrituras. Fue definido dogmáticamente por el Papa Pio XII en el año 1950 en la encíclica Munificentissimus Deus. En ella, el Papa se refirió a que muchos “sagrados escritores… sirviéndose de textos escriturísticos o de semejanza y analogía, ilustraron y confirmaron la piadosa creencia de la Asunción”; explicando así que él no manifestaba una nueva doctrina sino que cumplía su mandato divino de expresar “con fidelidad la revelación transmitida por los Apóstoles”. La Iglesia enseña que el dogma de la Asunción estaba al menos implícitamente presente en la Escritura y en la Tradición Apostólica y por lo tanto es un signo legítimo de la “asistencia del Espíritu de la Verdad”.
En la encíclica, el Papa Pio XII señaló varios pasajes de las Escrituras que, en su opinión, ilustraban la doctrina de la Asunción de María. Estos son algunos de ellos:
- “¡Levántate, Yahveh, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza!” Sal 132 (131),8
- [sobre la Esposa del Cantar] “que sube del desierto, cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso” (Ct 3,6)
- La Mujer vestida de sol (Ap 12)
- “… y honrar el lugar donde mis pies reposan.” (Is 60,13)
- “¿Quién es esta que sube del desierto, apoyada en su amado?” (Ct 8,5)
“En ella, elevada al cielo, se nos manifiesta el destino eterno que nos espera más allá del misterio de la muerte: un destino de felicidad plena en la gloria divina. Esta perspectiva sobrenatural sostiene nuestra peregrinación diaria. María es nuestra Maestra de vida. Contemplándola, comprendemos mejor el valor relativo de las grandezas terrenas y el pleno sentido de nuestra vocación cristiana..” – San Juan Pablo II
En la crucifixión, Jesús le pidió a San Juan que cuidara de María. At the Crucifixion, Jesus asked St. John to care for Mary. “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.” (Jn 19,26-27).
Ella estaba con los discípulos (Hch 1,14), en especial durante la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch capítulo 2). El Catecismo afirma: “Después de la Ascensión de su Hijo, María ‘estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones’. Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, ‘María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra’” (CIC 965).
La proclamación del dogma de la Asunción no incluye este aspect. Sin embargo, el Papa brinda un recuento de la tradición litúrgica y teológica que afirma que la Virgen María, a ejemplo de su Hijo, murió, fue preservada incorrupta y luego fue elevada por Dios de entre los muertos.
En su encíclica Munificentissimus Deus, en su número 20, el Papa Pío XII afirma: “… los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación a semejanza de su Unigénito.”
Las Iglesias orientales, Católica y Ortodoxa, se refieren a este suceso como la Dormición de María o su descanso en Cristo, tomando una expresión para referirse a la muerte que utiliza el Nuevo Testamento.
Aunque la Biblia no lo indica explícitamente, la tradición profética respecto del Mesías es inseparable de la Mujer que lo dio a luz (Gn 3,15). En este texto, cuyo contexto es la creación y la caída de Adán y Eva, los Padre de la Iglesia vieron al Nuevo Adán y la Nueva Eva. Esto completa la reflexión de San Pablo en Romanos capítulo 5 sobre que si Adán es figura de Cristo, Eva es figura de María. Asimismo, si el “no” de Eva llevó a la caída de Adán, quien, como cabeza de la raza humana, pasó la muerte a todo el género humano como castigo por su pecado, el “sí” de María engendró la victoria sobre la muerte de nuestra naturaleza humana en Cristo. Sería inconcebible, entonces, que el Hijo permitiera que Su Madre sufriera corrupción en lugar de elevarla y hacerla compartir Su victoria.
“La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo.” – St. John Paul II
Desde los primeros tiempos de la Iglesia se enseñaba la Asunción de María, y finalmente en el año 1950 el Papa Pío XII la definió como dogma. En su Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, escribió: “declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste.”
La Solemnidad de la Asunción es una de los días de precepto del año litúrgico. En la mayoría de los países católicos, es, además, un día feriado. Algunos centros lo celebran con procesiones y festivales en honor a María.
Cuando una solemnidad (por ejemplo, María Madre de Dios el 1° de enero, la Asunción el 15 de agosto) cae en día sábado, se exime el precepto en algunos países, incluido los Estados Unidos.
No, solamente adoran al Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, sería pecado adorar a María. Los teólogos llaman latría a la adoración divina, la que se debe solo a Dios.
Sin embargo, la palabra adorar, en varios idiomas, puede prestarse a confusión. En Gran Bretaña, por ejemplo, para referirse a personajes importantes, se usa la palabra worship (adorar) con el significado de reverenciar u honrar a esa persona debido a la dignidad de su cargo. David honró a Saúl de esa forma, por ejemplo, porque Dios lo había hecho rey de Israel. Esa adoración es derivada, tiene origen en el Padre, como enseña San Pablo (Ef 3,14-15), análoga a la que el Decálogo manda tener hacia los padres (Dt 5,16).
Lamentablemente, hay idiomas en que no se registran palabras de la sutileza que aporta el latín, idioma que usa la Iglesia. El término teológico de la Iglesia es dulía, derivado de la palabra latina que se refiere a ceremonia. Es la reverencia y el respeto que se debe a todos los siervos fieles de Dios (Mt 24,21-23), a los ángeles y los santos que Dios mismo honra con coronas de gloria (Prov 16,31; 1 Tim 4,8; 1 Pe 5,4; Ap 4,4). Los honramos y nos unimos a ellos en la honra a Dios, fuente de toda santidad (Ap. 4,9-11).
Sin embargo, María no es una entre los demás santos. Ella es la Theotokos, la que dio a luz a Dios, la Madre de Dios (Lc 1,43; Concilio de Éfeso, “Contra Nestorio”). Ella es la verdadera Arca de la Alianza que llevó la Palabra misma, el Pan del Cielo, el Buen Pastor (Heb 9,3-5; Ap 11,19-12,1). El Arcángel la llamó la “llena de gracia” (Lc 1,28) e Isabel, movida por el Espíritu Santo, la llamó “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42).
Por todas esas razones y más aún, la Iglesia rinde a María un honor superior al que se les da a santos y ángeles, llamado hiperdulía, o el mayor honor. Pero no es adoración, latría, que hacemos solamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
"La estupenda asunción de María manifiesta y confirma la unidad de la persona humana y nos recuerda que estamos llamados a server y glorificar a Dios con todo nuestro ser, cuerpo y alma. Servir a Dios solamente con el cuerpo sería un acto de esclavitud; servir a Dios solo con el alma sería contrario a nuestra naturaleza humana.” – Papa Francisco
Como Madre del Señor (Lc 1,43), María es también madre espiritual nuestra. Esto ya está prefigurado en el capítulo 3, versículo 15 del Génesis, donde se dice que el linaje de la mujer pisará la cabeza de la serpiente. El Señor lo deja claro al referirse a Su madre como “mujer” en algunos momentos clave de Su misión, en su inicio (Jn 2,4) y al final (Jn 19,26). Con esa referencia, María se erige como la figura opuesta a la mujer natural, Eva, que le falló a Dios, a Adán y a nosotros. Como la nueva y fiel Eva, la “Mujer”, María, es madre de todo los que viven sobrenaturalmente en Cristo; así como Eva es “madre de todos los vivientes” en el orden natural (Gn 3,20, Jn 19,27, Ap 12,7).
El 15 de agosto de 2005, el Papa Benedicto XVI se refirió cariñosamente a María con estas palabras: “Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" —así lo dijo el Señor—, a la que podemos dirigirnos en cada momento”.
El Catecismo, en su párrafo 971, afirma:
"Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66); encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio" (MC 42).
La Santísima Virgen María es una intercesora ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así como intercedió ante su Hijo en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), también ruega a Jesús por nosotros. Tal participación en la intercesión del mismo Cristo es propia de la gloria que Él da a todos sus fieles (cf. Ap. 4 y Ap 8). Sucede lo mismo, entonces, que en el orden natural. Si pedimos a nuestros familiares y amigos que recen por nuestras intenciones, ¿cómo no pedir a quienes están más cerca de Dios –los santos, los ángeles y en particular la Santísima Virgen- que intercedan por nosotros?
¿Qué podemos aprender de María?
Son incontables las cosas que podemos aprender de la Santísima Madre, empezando por su propia sumisión a la voluntad de Dios: “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Esta entrega puede resumirse en las palabras que ella refiere a los sirvientes de las bodas de Caná: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).
“Convenía que aquella que había conservado la virginidad al dar a luz conservara su cuerpo de tal modo que no se corrompiera al morir. Era justo que aquella que había alimentado al Creador de su pecho morara en los divinos tabarnáculos… era justo que la Madre de Dios poseyera lo que pertenece a su Hijo, y que fuera honrada por todas las criaturas como la Madre y la Sierva de Dios.” – San Juan Damasceno
En el capítulo 12 del Apocalipsis, la “mujer vestida de sol” tiene una corona con doce estrellas. Los estudiosos han entendido que eso se refiere tanto a las doce tribus de Israel como a los doce apóstoles. Ambos, a su vez, representan a los pueblos tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, de los cuales María es Reina. Ella es la Reina de Israel en cuanto Madre del Rey de Israel, y es Reina de la Iglesia en cuanto Madre del Rey que es Salvador; por lo tanto, ella es Reina de todos los redimidos.
Hay 10 días de precepto para la Iglesia universal. Sin embargo, las Conferencias Episcopales pueden decidir no celebrar alguno o moverlo a un domingo, con aprobación de la Sede Apostólica (Roma).
- Santa María Madre de Dios, 1° de enero
- Epifanía, 6 de enero (el domingo siguiente en algunas diócesis)
- Ascensión de Jesús a los Cielos, el jueves 40 días después de la Pascua (ese domingo en algunas diócesis)
- Corpus Christi, jueves después del domingo de la Santísima Trinidad (el domingo siguiente a la Santísima Trinidad en algunas diócesis)
- San José, 19 de marzo
- Asunción de la Virgen a los Cielos, 15 de agosto
- Apóstoles San Pedro y San Pablo
- Todos los Santos, 1° de noviembre
- Inmaculada Concepción, 8 de diciembre
- Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, 25 de diciembre
- La Resurrección
- La Ascensión
- La venida del Espíritu Santo
- La Asunción de la Virgen
- La Coronación de María